En mayo no soy yo.
En mayo me desplazo.
Otra me reemplaza.
Ésa no es ésta,
no se me parece,
no me hace bien.
Pero yo
enseguida vuelvo.
Estoy llegando
al invierno con sol.
En mayo no soy yo.
En mayo me desplazo.
Otra me reemplaza.
Ésa no es ésta,
no se me parece,
no me hace bien.
Pero yo
enseguida vuelvo.
Estoy llegando
al invierno con sol.
Primero en llegar,
último en salir,
el único tuneado
es el auto del playero.
Acelera frustrado,
quieto en el asfalto,
quieto en la cuadrícula que ordena
a los demás autos
pitucos, silenciosos, útiles.
Acelera con fuerza y grita.
Escupe contra la pared
el escape frustrado
del taunus, torino o toyota,
que no va a ninguna parte
en todo el día.
Sólo pega un alarido
cuando llega y cuando se va
contra mi almohada
contra mi cabeza
en la cabeza
del león
enjaulado
Durante la filmación del documental Soriano, Osvaldo Bayer le contó al director Eduardo Montes Bradley una anécdota que le habían relatado sobre su amigo escritor.
Resulta que en el exilio en Bélgica, cagado de hambre, Osvaldo Soriano consiguió un laburo de contador de patos en el Lago de los cien patos de Bruselas. El trabajo consistía en contar los patos todas las noches y reportar los posibles faltantes a las autoridades, que al instante los repondrían para que el Lago de los Cien Patos no dejara de tener, efectivamente, cien patos.
El problema era que nunca desaparecía ningún pato, siempre había cien patos en el Lago de los Cien Patos. Y Soriano empezó a temer que las autoridades notaran la inutilidad del puesto y lo rajaran. Entonces acordó con un amigo exiliado peruano para que cada tanto se robara un par de patos.
De esa manera pudo mantener su trabajo y, según dicen, eran legendarios los asados que se organizaban entre varios exiliados latinoamericanos, con Soriano como huésped de honor. Obviamente, el menú era siempre el mismo: pato a las brasas.
Maravillado por la anécdota, y con la intención de hacer más interesante su documental, Montes Bradley le dijo a Bayer: ¿Por qué no vamos a Bruselas para ver si existe ese puesto de contador de patos? Y Bayer le contestó que mejor no, que para qué...
Enterarse de que en Bruselas no existe un Lago de los cien patos ni un puesto de contador de patos sería como dejar de soñar, de esperar, de creer que en algún lejano, escondido y maravilloso lugar de este perro mundo existe la felicidad. Tenía razón Bayer, para qué.
Ni literatura, ni diario íntimo.
Ni literatura, ni diario íntimo.