
Joya nunca taxi
Puse el guiño cuando vi en la esquina un bastón levantado, que fue la forma en que dos ancianos de no menos de 80 años solicitaron mis servicios. Se tomaron su tiempo para subir mientras acompañaban todos sus movimientos con una serie de suspiros y quejidos. El último que entró, después de lograr cerrar la puerta con cierta dificultad, comentó "estamos hechos unos viejos chotos".
Me dijeron que los llevara a Echeverría y Vuelta de Obligado o Soldado de
Tenían razón, porque a esa altura de la conversación ya no podía disimular mi sonrisa. Entonces el anciano de la izquierda me dijo "la verdad que lo felicito porque es el único taxi que todavía conserva la manija del techo, porque en todos los otros a los que he subido ya se la han afanado. No sé para qué carajo la quieren. Se ve que piensan que es una poronga y una vez que la agarran ya no la pueden soltar".
En el cruce de Echeverría y Vuelta de Obligado comienza el lento proceso de descenso del auto, en el que se evidenciaba el contraste entre su desenfadadas y jóvenes lenguas y las limitaciones que les imponían sus muy deteriorados huesos. Traté de hacerme de toda la paciencia con la que espero que se me trate a mí cuando llegue a esa edad en la que el propio cuerpo y el mundo en general se tornen demasiado hostiles. Tan hostiles como el tráfico en hora pico, o el impaciente conductor del auto colorado que tenía pegado al paragolpe trasero, al que sólo estaba dispuesto a tolerarle un bocinazo más antes de mandarlo a recorrer las partes más íntimas de su hipotética hermana.